viernes, octubre 31, 2008

El artista del alambre

Las tardes ya han perdido la estela de luz que dejó el verano, cada vez más cortas, más grises y más frías. Los días se entrenan para convertirse en invierno y ayudarnos a recuperarnos del frenesí que trajo consigo el verano, volvemos a las actividades “extraescolares”, aparecen miles de nuevos proyectos y miles de propósitos que apenas llegarán a ver las luces de navidad.
Y la rutina nos envuelve de nuevo, otra vez pacientes, tratamientos y lidiar con familiares que una vez más conseguirán ponernos entre la espada y la pared. Y como no, volver a mi recién estrenada sensación de impotencia, de no poder llegar a más, de que la tela que entretejemos es tan burda que la enfermedad siempre es capaz de encontrar los poros por los que escaparse, para luego conseguir que la muerte nos gane siempre la partida. Como me dice siempre unos de mis “mayores”, la primero es tener humildad, supongo que se refiere a que llevamos siempre las de perder, y que debo acostumbrarme cuanto antes a esas sensación, que no por habitual dejará de disgustarme. Así que, como funambulistas, nos movemos sobre un fino cable, teniendo siempre presente que a los lados nos espera el más insondable de los vacíos.