lunes, enero 19, 2009

Dulce memoria

Mi dulce memoria,
has sido enterrada a los pies
de un árbol hendido,
por esta tormenta de rayos catódicos,
horrores y luz de espejismo.
Rojas amapolas,
vientos del olvido
hacen temblar
como animales dormidos.
Enferma de amnesia,
calla la ciudad.
Ismael Serrano

El invierno se cebaba en Europa, el frío sol matutino protagonizaba la mañana en aquella histórica capital del viejo continente. Cinco turistas asoman lo que queda de sus caras, bien tapadas por el atrezzo invernal, a través de las puertas de la estación de tren. A lo lejos se escucha la megafonía que anuncia la partida de trenes rumbo Berlín, y que sirve para que nuestros cinco turistas se enzarcen en una apasionada conversación sobre otros futuros destinos, la incansable curiosidad del eterno viajero.
Con la estación a sus espaldas, la ciudad se abre ante nuestros cinco turistas. Sus ojos, entornados por el sol de cara consiguen percibir las estrechas viviendas, con sus amplios ventanales y su característica inclinación. El olor, mezcla de curry y hachis les invade al pasar por delante de las tiendas, y se asombran del estruendoso ruido de los barcos que navegan rompiendo el hielo de los canales. Ámsterdam les da la bienvenida.

Se abren paso entre la red de canales que dibujan radios de bicicleta, por lo que fue el barrio judío, donde la uniformidad del ambiente le da “un aire” de pequeño pueblo. Decenas de puentes se habilitan como aparcamiento de los millares de bicicletas, que a cada cual más desvencijada se apoyan a lo largo de toda la barandilla. Un edificio de corte moderno, dirigido por el acero, destaca entre el resto. Parece que era el destino de nuestros cinco turistas, detenidos en el umbral de la puerta se deshacen de las capas de abrigo y se disponen a entrar. La casa de Ana Frank se constituyó como museo gracias al esfuerzo de su padre, que tras conocer el destino fatal del resto de su familia, decidió conservar el lugar donde habían pasado sus últimos años juntos, para que quedase como testigo inerte del sufrimiento de todo un pueblo.
La casa, mundialmente conocida gracias la diario de una niña, es capaz de reflejar el agobio y la claustrofobia que debieron sentir al tener que vivir escondidos; y al mismo tiempo, el vacío de sus habitaciones (ninguna está amueblada por deseo expreso del padre de Ana) hace pensar en la soledad que quedó tras conocer el desenlace fatal de sus familiares.

Recuerdos de la vida pasada, pincelan cada sala, explicando, como cambió su vida a medida que el antisemitismo cerraba cada vez más el círculo sobre la población judía. De nuevo, habitaciones vacías, donde solo queda el reflejo den la vida cotidiana sobre las paredes, fotos pegadas sobre el papel pintado, algunas pintadas y marcas de humedad. Tras una moderna pasarela, nuestros cinco turistas, abandonan la “casa de detrás” y pasan a las salas más asépticas de la exposición. Nada que haga pensar en humanidad, nada cálido, el blanco y negro domina las estancias donde se explica el desenlace, que como otros tantos judíos sufrieron en los campos de concentración y de exterminio: Rostros famélicos y enfermos, pilas de cadáveres, barracones inmundos que salpican extensiones cubiertas de nieve…

Unas dos horas después de haber flanqueado el umbral de entrada, nuestros cinco turistas cruzan la típica tienda de museo y se sitúan ante la puerta de salida. El viento helado que se cual a través de los resquicios de la puerta, hace que se detengan a pertrecharse de nuevo. Guantes y bufandas salen de las mochilas, y el sordo sonido de las cremalleras al subir, sirve de silbato para enfrentarse de nuevo a la ciudad, ninguno habla, parecen enfrascados en sus pensamientos, creo que están rumiando todo el dolor y el sufrimiento de un pueblo aniquilado por sus creencias, de las miles de personas, que fueron perseguidas, humilladas y que murieron inocentes sometidas a terribles vejaciones.

El sol, todavía entibia una plaza presidida por un viejo árbol, quizá testigo de la barbarie, a sus pies un quisco de prensa expone las portadas de los diarios. Nuestros cinco turistas, en un gesto mecánico miran de reojo: varias personas ayudan a sacar de los escombros el cuerpo ensangrentado de una niña, victima de los bombardeos en Gaza.
Inexplicable.

viernes, octubre 31, 2008

El artista del alambre

Las tardes ya han perdido la estela de luz que dejó el verano, cada vez más cortas, más grises y más frías. Los días se entrenan para convertirse en invierno y ayudarnos a recuperarnos del frenesí que trajo consigo el verano, volvemos a las actividades “extraescolares”, aparecen miles de nuevos proyectos y miles de propósitos que apenas llegarán a ver las luces de navidad.
Y la rutina nos envuelve de nuevo, otra vez pacientes, tratamientos y lidiar con familiares que una vez más conseguirán ponernos entre la espada y la pared. Y como no, volver a mi recién estrenada sensación de impotencia, de no poder llegar a más, de que la tela que entretejemos es tan burda que la enfermedad siempre es capaz de encontrar los poros por los que escaparse, para luego conseguir que la muerte nos gane siempre la partida. Como me dice siempre unos de mis “mayores”, la primero es tener humildad, supongo que se refiere a que llevamos siempre las de perder, y que debo acostumbrarme cuanto antes a esas sensación, que no por habitual dejará de disgustarme. Así que, como funambulistas, nos movemos sobre un fino cable, teniendo siempre presente que a los lados nos espera el más insondable de los vacíos.

lunes, julio 28, 2008

Testamento vital


Crucé el estrecho en una barca que apenas podía flotar. Dejé atrás a mi familia, a mi mujer, las pocas comodidades que pude conseguir donde es imposible conseguir nada. Sabía que el viaje era arriesgado, y que en Europa sería tratado como un paria, pero el futuro en la estéril áfrica negra también es una permanente lucha contra la muerte. Al llegar, enseguida encontré trabajo: a destajo como peón en una empresa de la construcción, de esas que ha proliferado de forma exponencial con el boom inmobiliario. Sin papeles me resultó imposible ejercer como profesor, de poco me sirvió el título de licenciado en filología inglesa, pero estaba contento, ganaba lo suficiente como para mantenerme yo y mandar un pedacito, con la alegría de que allí podrían administrarlo como si se tratase de una pequeña fortuna. Cada día soñaba con el momento en el que me pudiera reunir con mi familia de nuevo, y mi principal pesadilla era que se cumpliera la orden de expulsión que ya figuraba entre mis haberes. Pero, de repente, el plan, que tan metódica y minuciosamente tenía trazado, se vino a bajo en una abrir y cerrar de ojos. Me puse enfermo, la fiebre y la postración me impidieron ir a trabajar durante una semana, y me despidieron. Sin contrato no hay excusas. El miedo empezó a apoderarse de mi cuerpo a la vez que la enfermedad, estaba solo, no conocía bien el idioma, y encima era ilegal, negro y con una orden de expulsión. Así que, con tanto antecedente, podía conseguir un “pasaje de vuelta” más rápido que si tuviera un millón de euros. Acudir a un hospital era una opción casi suicida, pero poco a poco se fue perfilando como la única posible, y resultó que mi enfermedad, grave, era una marca que había dejado sobre mí una infancia llena de miseria y pobreza. Casi 12 meses después seguía en España, había superado varios momentos de gravedad crítica y un largo ingreso, y cuando me dieron el alta todavía me encontraba tan enfermo que no podía trabajar. Necesitaba la medicación y a los míos, sin embargo, si hubiera hecho que me “devolvieran” habría muerto porque no podía pagarme el tratamiento. Así que decidí quedarme y subsistir a medias con lo que había ahorrado y la siempre insuficiente ayuda que habían podido conseguir cuando había estado ingresado. Pero poco tiempo después volví a empeorar, y volví al hospital, y de nuevo soporté todas las pruebas que necesité hasta conseguir el diagnóstico. Otra vez la herencia africana, otra vez la factura de una niñez pasada en las peores condiciones. Sin embargo, esta vez no pudo ser, la gravedad del cuadro condicionó un tratamiento tan agresivo que me fue imposible resistir. Morí solo, en un país extranjero, siempre con el miedo a la expulsión, teniendo presente que la deportación, de una u otra manera, supondría llegar al final de mi viaje. Y de repente, ya fallecido, el plan se volvió en mi contra, mi cadáver sigue almacenado en los bajos del hospital, encerrado en la morgue, por el momento incapaz de que me lleven a casa. No saben quien soy, el nombre que figura en mi historial no es el mío.


lunes, julio 07, 2008

Juegos de azar

La cosa va de libros otra vez. Ya comenté que volvía a mis mejores tiempos lectores, donde la noche, el calor de la cama en verano y la verde brisa que entra, acompañada por los mejores aromas a tierra recién regada, sirven de atril para las lecturas de verano.

Cuatro días de enero de Jordi Sierra i Fabra, un título sugerente, que me atrajo en una de las librerías/quioscos de los aeropuertos, y me imantó aún más cuando descubrí que su autor había sido uno de mis clásicos de la última infancia. Por fin una novela para adultos (sin pensar mal, eh?), ambientada en la Barcelona víspera de la ocupación “rebelde” durante la Guerra Civil española. Ésta, sí que es una trama bien tejida, que te atrapa con el paso de las páginas y te envuelve en la atmósfera del final de la contienda, cuando todo se daba ya por perdido, y la rutina que imponía el día a día era la única balsa posible durante esos días de crónica de una muerte anunciada.

Y como si de un designio del destino se tratara, una sincronía cerró el círculo. Tarde de visita cultural (para demostrar que la vida sigue entre guardia y guardia), con destino al Museo Reina Sofía para ver que encontramos. Primero, la exposición almas y máquinas, una mezcla de arte y robótica que fascina al visitante con su interactividad. Luego, el obligado paso por el Guernika, donde quedé sorprendida por su nueva sala, en la que el cuadro se rodea de su contexto histórico-político, y junto a él podemos disfrutar de una maqueta del pabellón de la Expo de París en 1937, un par de documentales sobre la época, y como no una selección de fotos de Robert Capa. Y ahí me encontré con la sorpresa, como por arte de magia me detuve ante la imagen de una mujer corriendo con un perrillo con aire de juguetón, que te hace dudar de si disfrutaban de los pocos momentos de normalidad, que se vivieron en las ciudades durante la guerra, o de si huyen a esconderse por la amenaza de un bombardeo inminente. Pasaron unos segundos, luego me di cuenta que ahí residía la belleza de la foto y que, además era la portada de mi libro.

miércoles, julio 02, 2008

Pero dejadme, ay, que yo prefiera la hoguera


Es un asunto muy delicado
el de la pena capital,
porque además del condenado,
juega el gusto de cada cual.
Empalamiento, lapidamiento,
inmersión, crucifixión,
desuello, descuartizamiento,
todas son dignas de admiración.
Javier Krahe

Tras un año de sequía literaria he retomado la lectura, y debido al atraso de novedades que pueblan la biblioteca, he tenido que leer ciertas obras que han despertado mi lado más crítico.


Hace un par de semanas terminé El juego del Ángel, de Carlos Ruiz Zafón, 300 páginas que urden (por decir algo) una trama pseudopoliciaca. El resultado: 0 puntos. Lo único que salvo es la cuña radiofónica, en la que leen el fragmento dedicado a la Biblioteca donde se guardan los libros olvidados. Este pasaje, un espléndida idea, que la describe casi de forma cinematográfica, está desalabazado del argumento, en la que además nada tiene sentido y no se entiende la motivación que mueve a los personajes. Creo que intenta tener un trasfondo filosófico que no llega a desarrollar/explicar al final del libro. Para mi nada que ver con La sombra del viento, y, sin duda, un autor que estará el destierro de mi lista de pendientes durante un tiempo. O como haría Vazquez-Montalbán, este ejemplar alimentaría la hoguera de alguna fría noche.


A la vez que el anterior, comencé El niño con el pijama de rayas, empujada también por las buenas críticas que familiares y amigos me habían dado del libro. No me decepcionó, una historia desgarradamente deliciosa que nos habla de la amistad, de la inocencia y de la crueldad a la que puede llegar el ser humano. La última frase del libro me dejó con un poco de mal sabor de boca, habla de que la anulación de los derechos humanos que ejercieron los nazis y de que esto no se volverá a repetir a los largo de la Historia que nos espera. Falso, creo que este tipo de osas pasan actualmente en muchas partes del mundo y que han pasado después de que la Alemania de la Segunda Guerra Mundial cayese bajo el ejército aliado: Palestina, Guantánamo, Chile, Argentina, Somalia, Bosnia, Vietnam, Aftganistan, Irak, etc. Donde se han violado o ignorado toda la declaración de derechos humanos, donde no se ha respetado al enemigo, donde se les maltrata por ser diferentes, donde se considera que comer a diario o vivir entre alambradas es parte del castigo que merecen por pertenecer a ¿qué?, a otra religión, a otro país, a otra ideología política... No nos engañemos, el fondo sigue siendo el mismo, solo que sin el pijama de rayas.

domingo, junio 29, 2008

Principio de incertidumbre

Que yo también comparto los mismos miedos,
también busco una cinta para atar el tiempo,
también arrastro conmigo una cadena de sueños.

De vuelta al ruedo. Ha pasado un año, y tantas, tantas cosas..., que hemos llegado a R-2.....D2!!!!!
Hace mucho que abandoné la sana tarea de escribir y, jeje, la mala costumbre de publicarlo en este blog. Pero empujada por diversas motivaciones (que explicarlas aqui sería algo cansino), he regresado a la playa después de luchar con las tormentas (y tormentos) que han ocupado los días de mi recién estrenada profesión.

Y es que el desembarco en el mundo laboral ha sido duro: primeros pacientes, primeros compañeros, primeras guardias y, como no, sus primeros salientes, primeros tactos, familiares, tratamientos, cenas de servicio, etc. Muchos estrenos en muchas cosas que hacen que cada día sea único, intenso, estresante e inmensamente gratificante.

Poco a poco, las semanas se han hecho meses, y sin querelo, los 12 meses se han convertido en el primer año como residente. Desde aquí, aunque parezca que todavía me encuentro al comienzo siento que esto se acaba, que en realidad se trata de un cuanta atrás, larga, muy larga, pero en la que cada día ponemos una rayita en un calendario que irremediablemente tiene las hojas contadas.

Y como no, una parte importante de la residencia son las despedidas. Cada poco, cambiar de sitio, de compañeros, de costumbres, intentar echar el vuelo con el mayor equipaje posible. Luego aterrizar en el nuevo destino, tratando de conservar la mayor parte de la carga (aunque siempre se queda algo, o mucho, de lo aprendido por el camino), a empezar de cero, y sin duda, tan desubicada como la primera vez. Para que cuando se acumulen muchos días tachados en el calendario, tengas que preparate para una nueva despedida. Al acabar cada rotación siempre queda un poso de tristeza, de melancolía, en ocasiones pequeño, pero en otras, es tan grande que crees que la taza acabará llena antes de tiempo. Espero que el sabor de boca que me ha dejado este primer año se repita en los sucesivos y que los posos sean cada vez mayores, hasta que colmen la taza al final del camino.

Hasta la próxima (que espero que esta vez sea antes)

viernes, abril 27, 2007

Abre los ojos

Ahora que me dispongo a empezar un nuevo proyecto, para poder verlo todo "con buenos ojos" he decidido operarme la miopía.
Por ahora me debato entre cegarme con la luz del sol y el cansancio de ojos que aparece al final del día, pero eso si, veo bien cuando me ducho, cuando salgo de la ducha, cuando me despierto en la noche y miro el reloj, cuando estoy tumbada viendo la tele. Mi próximo reto: el mar!!!

Para los temerosos, diré que la operación es sencilla y en seguida empiezas a notar los resultados.
Lo peor: La pantalla tan brillante del ordenador no me deja trastear todo lo que quisiera, jeje, el frikismo siempre por delante!!